Redefinir la fuerza: del miedo a herir a la voz que sostiene
- silviandreun
- 1 jun
- 4 Min. de lectura
Una nueva forma de habitar mi verdad
¿Qué parte de mí aún necesita ser escuchada para confiar en que mi verdad puede sostener, en lugar de herir?
Esta pregunta ha sido una puerta.
Una invitación a tomar responsabilidad por lo que siento y por cómo me expreso. Durante mucho tiempo, en mi intento de ser empática, quise comprender y validar todos los puntos de vista que me rodeaban.
Creía que eso era generosidad, pero muchas veces era una forma de dejar mi verdad en segundo plano.
He comprendido que no todos los puntos de vista que me rodean son míos, ni tengo por qué estar de acuerdo con ellos para ser amorosa.
Ahora sé que también es un acto de empatía quedarme conmigo, dar valor a lo que siento, y expresarlo sin miedo.
Mi verdad no es absoluta, pero sí auténtica: nace de lo que sé, de lo que he vivido y de lo que siento en cada momento.
Todo eso —pensamientos, emociones, historia e intuición— se entrelaza como en una coctelera interior, y desde ahí brotan mis palabras. Esa es mi voz. Y asumirla con honestidad es también una forma profunda de amor propio.
Cuando me expreso, intervienen muchas más dimensiones de las que se perciben a simple vista. No hablo solo desde la razón o el sentir. Hablo también desde las creencias que he ido construyendo, desde mi historia emocional, desde los recuerdos que guarda mi cuerpo. Mi sistema nervioso responde según cuán segura o expuesta me sienta. A veces facilita mi expresión; otras, la bloquea.
Y en ese momento se activa algo más: un diálogo silencioso entre mi razón, mi empatía y mi intuición. Ahí es donde mi verdad empieza a tomar forma, con profundidad, con calidez, con presencia.
Cambiar el lugar desde donde me miro
Siento que estoy habitando una nueva posición interna desde la cual puedo expresar mi verdad. Hasta ahora, era como si las opiniones ajenas tuvieran más peso, más certeza. Como si lo de afuera estuviera en un nivel superior y mi voz tuviera que adaptarse, justificarse, suavizarse.
Y, en otras ocasiones, si sentía que alguien no veía lo que para mí era evidente, me irritaba. Me colocaba, sin quererlo, en una postura de superioridad.
Ahora lo veo: ahí estaba el eco de lo aprendido, la voz heredada de aquella figura fuerte de mi infancia que me enseñó, sin quererlo, que el poder podía herir. Que la firmeza podía aplastar.
No quería repetir eso. Pero me protegí de forma parecida: creyendo que para ser escuchada, tal vez tenía que elevarme.
Hoy siento que ese orden se está reequilibrando.
Todas las opiniones —también la mía— tienen el mismo valor. Y ese respeto por la verdad del otro empieza por respetar la mía. Validar lo que siento, honrar lo que pienso, confiar en lo que sé.
Expresar mi verdad ya no es un acto de confrontación, sino de presencia. Una forma de decirme a mí misma: yo también cuento.
Sanar el vínculo con mi fuerza
Hay algo fundamental que he comprendido en este proceso:
Mi fuerza no es la de aquella figura que marcó mi infancia con autoridad. Mi voz no es su voz.
Aunque en algún rincón de mi inconsciente se grabó la idea de que “ser fuerte” era sinónimo de dominar, hoy tengo la madurez para cuestionarlo y elegir otra forma.
Alejándome de la sensación de un posible eco de “dominación”, me refiero a estar presente en mí misma, de forma consciente, amorosa y auténtica. El “habitarme” en mi espacio, es una forma de liderazgo interno donde ya no necesito controlar lo externo para sentirme segura, porque estoy en contacto con lo que soy, lo que siento y lo que necesito.
Habitarme es sentir mi cuerpo, escuchar mis emociones sin juzgarlas, expresar lo que pienso sin exigir que sea aceptado, y mantenerme conectada conmigo, incluso cuando el otro no coincide. Cuando me siento, me habito y no necesito imponer. Mi presencia ya es suficiente.
La fuerza que nace de la herida necesita controlar. Pero la que nace del alma, simplemente irradia. No impone. No atropella. Sostiene.

Volver al origen de la humildad
No es callar lo que pienso ni hacerme pequeña.
Es reconocer que mi verdad no es la única, y que no necesito imponerla para sentirme en paz.
La experiencia que traigo conmigo ya no es excusa para mirar desde arriba. Es un regalo que puedo compartir, si me animo a ofrecerlo sin expectativa.
¿Dónde queda el valor de la experiencia?
La experiencia es valiosa, pero su verdadero poder aparece cuando se pone al servicio y no se impone. Cuando no se usa como argumento de superioridad, sino como gesto generoso.
La experiencia da contexto, no autoridad moral. Puedo compartir lo que fue real para mí, sin convertirlo en norma para los demás.
La experiencia se vuelve sabiduría cuando se ofrece sin expectativa. Cuando comparto desde el amor a lo que he aprendido, no desde la necesidad de convencer.
Mi experiencia es un mapa, no el territorio de todos. Es un camino más, no el único.
“La humildad no es renunciar a tu verdad, es soltar la necesidad de que sea la única.”
Hablar desde mi centro
Hay un lugar dentro de mí que reconoce cuándo hablo desde la reacción, y cuándo hablo desde mi centro. Ese centro es mi ancla. Desde ahí:
Mi verdad no necesita imponerse.
Mi voz tiene peso, sin necesidad de dureza.
Puedo ser clara, sin dejar de ser amorosa.
Hoy comprendo que expresar mi verdad no es una batalla, sino una forma de presencia amorosa. Qué puedo hablar sin herir, sostener sin imponer, compartir sin la necesidad de convencer. Qué mi fuerza no depende de la razón ni del juicio, sino de cuán presente estoy en mí misma.
Redefinir la fuerza es recordar que no necesito dominar para ser escuchada, sino simplemente habitarme con honestidad, humildad y confianza.
Y desde ahí, paso a paso, construir una forma de estar en el mundo más auténtica, más respetuosa, más libre.
Bahramji & Mashti - Being With You
Vilassar de mar, 1 de Junio de 2025



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