Las voces que nos habitan
- silviandreun
- 16 may
- 3 Min. de lectura
"Mejor malo conocido que bueno por conocer"
¿No os ha pasado que, a veces, volvéis a escuchar en vuestra mente frases que alguna figura familiar repetía una y otra vez? Este fin de semana recordé una que mi abuela materna solía decir con frecuencia: “Mejor malo conocido que bueno por conocer.”
Con la intención de protegernos de posibles peligros, esa frase —esa creencia— pudo haber sembrado en mí una desconfianza hacia lo desconocido, como si lo nuevo fuera siempre una amenaza o una invitación a que otros se aprovecharan de mí de alguna forma.
El precio de la falsa seguridad
Con el tiempo, he comprendido que vivir aferrada a esa idea es una forma de "fracasar antes de empezar". Porque detrás de esa aparente sensación de seguridad, lo que realmente se escondía era miedo e inmovilización. Cuando creemos profundamente que lo nuevo es peligroso o incierto, muchas veces ni siquiera nos damos el permiso de dar el primer paso. No nos ofrecemos la oportunidad de intentar, de explorar, de descubrir qué hay más allá. Y así, terminamos quedándonos en lo conocido —aunque ya no nos nutra— antes que exponernos al vacío del “¿y si…?”

Pequeñez heredada, grandeza por descubrir
Ambas frases me mantuvieron pequeña, cerrada, desconectada de nuestra capacidad creadora. Me anclaron a la seguridad ilusoria del pasado e impidieron que descubriera la plenitud que puede habitar en lo nuevo.
Y, sin embargo, cuando empecé a cuestionarlas con ternura —no desde el rechazo, sino desde la curiosidad— algo se abrió.
Siento cómo la niña que hay en mí —esa que empieza a sentirse más ligera en la vida— me susurra:“¡Eh! ¡Todo es mucho más fácil! ¡Eh! Se puede vivir desde un lugar más liviano, más juguetón… sin ponerle tanto drama a la fantasía que, en su día, intenté crear.”
Y la adulta, aún con un velo de austeridad, comienza a intuir que todas las posibilidades ya son. Ya están. Y que puede alcanzarlas.
A medida que me siento más conectada conmigo, a medida que tomo verdadera posesión del cuerpo que habito, comprendo con mayor profundidad la realidad que he ido construyendo a mi alrededor.
Lo desconocido como nuevo hogar
Empiezo a ver que lo desconocido también puede ser hogar. Que fallar no es fracasar, sino aprender. Y que, muchas veces, lo “bueno por conocer” no está fuera, sino dentro de mí, esperando que le dé una oportunidad.
Durante mucho tiempo estuve desconectada de lo que realmente era esencial para mí. Caminé por un mundo donde lo externo era mi punto de referencia, moviéndome según lo que otros esperaban, alejándome —sin darme cuenta— de lo que verdaderamente soy y de lo que de verdad me importa.
Habitar el cuerpo, recordar el alma
Ahora empiezo a reconocer en mí una parte más amable, más amorosa, más tierna… que se muestra sin necesidad de palabras ni acciones. Aparece en el simple movimiento del cuerpo, en la consciencia de cada respiración, en la escucha profunda de todas esas partes que habitan en mí.
Desde este lugar nuevo, intento acoger el movimiento natural que emerge de mi cuerpo. Le doy espacio, le doy valor. Y así, poco a poco, voy recuperando las sensaciones que durante tanto tiempo estuvieron olvidadas, silenciadas, asfixiadas.
Nuevos frutos, nuevas formas de amar
Y eso me lleva a recoger otros frutos, otras energías, otros escenarios que me llenan, me nutren y me devuelven a casa. Es una conexión viva, tejida de amor, de cercanía, de transparencia… y de infinitas oportunidades.
Ahora que he tenido la dicha de experimentar el amor en plenitud, encarnado en mi cuerpo; ahora que me he permitido abrir el corazón y sentir su vibración expandiéndose por cada rincón de mi ser, puedo reconocer la belleza de compartir ese amor con quienes me rodean. Personas que simplemente están, sin otra intención más que la de vivir con presencia.
La sensibilidad como brújula
Desde ahí, desde esa vibración, empiezo a reconocer cuándo algo o alguien está “hueco”, carente de alma, de raíz, de propósito claro.
Gracias al trabajo corporal de los últimos meses, siento cómo una nueva figura emerge. Y no sabéis el gozo que da poder sentirse así: más plena, más compacta, más consistente… y, al mismo tiempo, liviana. Liviana de todo aquello que ya no soy. Liviana de lo que pesa sin sentido.
Y esta capacidad no nace del juicio, sino de la sensibilidad que despierta cuando has tocado la plenitud de estar verdaderamente en ti.
¿Y qué hacer con esto?
No lo sé.
Tal vez —una vez más— se trate de no hacer nada.
Solo mirarlo… y sostenerlo con presencia plena.
I Am Light
Vilassar de Mar, 15 de mayo 2025




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