Cuando el alma pide pausa
- silviandreun
- 17 jun
- 2 Min. de lectura
El umbral de lo que aún no tiene nombre.
Quedando en vacío.
No es tristeza. No es alegría.
Solo un estado suspendido… como si flotara en el mar.
Sin lucha. Sin esfuerzo.
Sin necesidad de explicaciones.
Hace unos días le decía a una gran amiga que me sentía así: con ganas de silencio, de no hablar mucho, de estar conmigo misma sin ningún objetivo claro. Como si el alma pidiera una pausa, un intervalo de quietud en el que simplemente pueda ser.
En estos momentos, la mente no se aferra al pasado ni se proyecta hacia el futuro. Está aquí, ahora. Observando.
Y el cuerpo se vuelve más sensible, más receptivo. Las lágrimas pueden brotar sin previo aviso, con la misma naturalidad con la que después llega la calma. Como las olas: van, vienen, sin drama.
Es un estado emocionalmente desnudo. Sin máscaras.
Y aunque parezca que nada está ocurriendo, hay algo muy profundo que se está gestando.
Porque en esta nada aparente… hay una semilla.
Un espacio sin forma, pero lleno de potencial.
Un umbral hacia lo nuevo, hacia lo que aún no tiene nombre.

Quedarse en vacío: cuando el alma pide espacio
Hay momentos en la vida en los que no hay respuestas claras, ni emociones intensas, ni impulsos definidos. Momentos en los que no hay nada que resolver ni que lograr.
Solo una sensación de estar… vacía.
Y aunque nuestra mente, tan acostumbrada al movimiento, pueda ver ese vacío como un signo de desconexión o pérdida, en realidad es todo lo contrario: es una invitación a detenernos, a silenciar el ruido, a entrar en contacto con lo más esencial.
Quedarse en vacío no es no sentir.
Es sentir sin expectativas.
Es dejar de luchar contra lo que ya no encaja, sin necesidad de saber aún qué es lo que viene.
Es una forma profunda de rendición. No como derrota, sino como descanso. Un descanso del personaje, del deber ser, del hacer constante.
En ese vacío se diluyen los bordes del yo construido. Y eso puede dar vértigo. Porque nos hemos acostumbrado a identificarnos con lo que hacemos, con lo que sentimos, con lo que deseamos… y cuando todo eso se calma, ¿Quién queda?
Esa pregunta no busca una respuesta inmediata. Se siembra. Y florece sola.
Porque quedarse en vacío es también quedarse abierta. A lo nuevo. A lo desconocido. A lo que aún no ha tomado forma.
Muchas veces, es en esos espacios donde el alma susurra con más claridad.
Pero no con palabras. Con presencia.
Con una sensibilidad sutil que nos recuerda que no todo necesita ser explicado, que el no saber también es parte del camino.
Y que a veces, el gran acto de confianza es simplemente esto:
quedarse en vacío, con los brazos abiertos,
y dejar que la vida respire a través de nosotras.
Vilassar de mar, 16 de Junio de 2025




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