¿Decir mi verdad o mantener la paz aparente?
- silviandreun
- 27 jun
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Yo te apoyo. Sentí un clic en mi interior al escuchar esas palabras.
Después de compartir una situación que me incomodaba —por la incertidumbre que mi decisión podía generar a mi alrededor—, escuché un simple “yo te apoyo”. Y en ese instante, algo dentro de mí se relajó. Me envolvió una sensación de confianza, como si el posible error o fracaso estuviera sostenido por una intención mayor, más allá del acto en sí.
Para mí, fue como escuchar: “Estoy contigo. No importa lo que hayas decidido, sé que lo hiciste con buena intención, con el deseo genuino de abrir nuevos caminos, aunque aún no sepas a dónde te llevarán. Y si algo no sale como esperas, lo resolveremos. Es sencillo. Olvídate del resultado.”
Sin embargo, hay momentos en los que siento un leve temblor interior al actuar desde un lugar nuevo, especialmente cuando se trata de poner límites o aplicar una decisión firme. A veces esa acción no es popular, y sé que va a traer incomodidad, incluso conflicto. Es como si una parte de mí supiera con claridad que es lo correcto, pero otra parte —aún muy viva— teme las consecuencias de esa firmeza.
Surge entonces una encrucijada interna: ¿mantenerme fiel a lo que siento, con la firmeza que eso requiere, o ceder hacia lo que es más aceptado, más cómodo, menos disruptivo? Esa segunda opción, aunque no me hace avanzar, parece evitar el conflicto y mantener la calma aparente. Pero sé que en el fondo es una calma que tiene un precio: la desconexión de mi verdad.
Entre avanzar con verdad o quedarme estancada en la ilusión de pertenencia… A veces esa elección se disfraza de algo más simple: evitar el conflicto. Como si mantener la paz aparente fuese preferible a confrontar una incomodidad necesaria. Como si al silenciar mi verdad pudiera sostener la armonía externa, aunque eso implique desordenarme por dentro.

Allí aparece la sombra del castigo. Esa voz interna que dice: “Si eres firme, te van a rechazar. Te van a señalar. Serás la culpable del malestar.” Y es curioso cómo esa voz se activa precisamente cuando estoy más cerca de mi integridad, como si un antiguo mandato me empujara a no destacar, a no romper la armonía, aunque sea artificial.
Cuando intuyo que una acción mía puede ser malinterpretada o traer consecuencias incómodas, me invade la duda. Como si una parte de mí aún asociara la firmeza con la falta de amor, o con el castigo. Como si hubiera que elegir entre ser auténtica o ser aceptada. Entre avanzar con verdad o quedarme estancada en la ilusión de pertenencia.
Y entonces me pregunto: ¿Cuánto de esta sombra tiene raíces antiguas? ¿Cuántas veces aprendí que decir “no” era sinónimo de perder amor? ¿Y qué parte de mí está lista para elegir otra cosa, aunque tiemble, aunque duela?
Porque tal vez, lo que sucede en esos momentos es una confusión muy profunda: como si el límite claro fuera sinónimo de rechazo, como si la dirección se confundiera con imposición, y la autoridad con frialdad.
Esa confusión —sembrada quizás en la infancia— hace que como adultos nos cueste ejercer una firmeza amorosa con nosotras mismas y con los demás. Pero reconocerla es un acto de valentía. Porque solo cuando la vemos podemos abrir espacio a una nueva comprensión: que la firmeza también puede ser amor. Que decir “no” puede ser un acto de cuidado. Que sostener una decisión clara no nos aleja de los otros, sino que nos acerca más a nuestra verdad.
En mi caso, lo veo aún más claro al mirar hacia atrás. Durante años me guiaron voces más bien impositivas. Sentía que no había espacio para otras opiniones, ni siquiera para mis propios matices. Y quizás por eso, hoy, cuando intento expresar mi verdad con claridad, a veces se activa un eco antiguo: el temor a estar imponiendo, a repetir lo que tanto me dolió. Pero hay una diferencia esencial que estoy empezando a habitar: la imposición viene del miedo a perder el control; la firmeza, en cambio, nace de la coherencia interior.
Una excluye, la otra incluye.
Una silencia, la otra honra.
Una domina, la otra guía.
Y entonces comprendo que puedo ser firme sin ser autoritaria. Que puedo expresar mi verdad sin imponer. Que puedo decidir desde el amor, sin cargar con la culpa que no me pertenece.
¿Qué hay detrás de esa sensación? ¿Qué se encuentra en el cruce entre el deseo profundo de vivir en abundancia —desde la claridad y la autenticidad— y el temor heredado al castigo?
Tal vez, en ese espacio sutil de duda y temblor, es donde nace el verdadero liderazgo del alma.
A veces nos creemos que lo hemos de saber todo, que la seguridad nace porque sabes el camino a tomar. Y la realidad no es así. Porque lo que importa es lo que se siente, es dar el paso firme y la intención clara de hacia dónde ir. La verdadera seguridad no nace del control, sino de la coherencia interior. De confiar en que, aunque no sepamos el destino final, el acto de caminar con verdad ya es una forma de llegar.
Vilassar de Mar, 27 de Junio de 2025




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