top of page

Habitar este instante

Me llega un reel de un gran amigo haciendo una reflexión a cerca de que sólo hay un lugar donde realmente podemos vivir y es en este instante. Es una de esas personas que por mucho tiempo que pase, siempre sientes cerca y con la misma intensidad de siempre @carlosbardou. Esos vínculos que se tejen en momentos decisivos de la vida, cuando te expones, cuando te lanzas al vacío sin red de seguridad... y entonces aparecen almas bellas como él, que te ven, te sostienen y se convierten en cómplices de tu recorrido por la Vida.


Estoy en un momento de mi vida que jamás habría imaginado.

Es una sensación extraña: de todo y de nada al mismo tiempo.

Las decisiones que tomamos desde las sensaciones corporales suelen traer consigo movimientos que, aunque nos empujan a un vacío impredecible —sin límite y sin control—, también nos abren la puerta a una percepción nueva: la de las infinitas posibilidades.


La mente… esa gran jugadora que durante tanto tiempo tuvo el protagonismo…

Le entregué el testigo de mi caminar, convencida de que todas esas ideas preconcebidas que habitaban en mí definían lo que yo era. Y durante años, fueron esas ideas las que marcaron el rumbo de mis decisiones.


Pero ahora algo ha cambiado.

Lo he sentido en el cuerpo, de forma muy clara: un cambio de frecuencia.

Como si, de pronto, conectara con una nueva forma de estar en el mundo. Como si el tren de mi vida hubiera cambiado de vía. Una nueva guía interna empieza a dirigir mis pasos… no desde la mente, sino desde un lugar mucho más profundo.


Cuando la mente deja de gobernar


Hubo un tiempo en que me sentía orgullosa de la cantidad de ideas —mejor dicho, de tareas— que podía sostener en la cabeza mientras me duchaba. Me parecía una habilidad, un signo de eficiencia.

Durante una época incluso cultivé esa capacidad, convencida de que tener la mente llena era sinónimo de ser más capaz, más válida, más “mejor”.


Después vino otra etapa. Puse intención en vaciar esa avalancha incesante de pensamientos, que aparecían uno detrás de otro como si no hubiera un mañana. Como si su existencia me acercara a una versión más evolucionada de mí misma.

Y así, empecé a deshilvanar —con mucha paciencia y honestidad— todo lo que en mi vida me llevó a creer que ese era el camino verdadero para crecer y desplegar mi potencial.


Ahora, en este nuevo punto de partida, siento que algo esencial ha cambiado: mi cuerpo ha tomado el timón del movimiento y de la intención con la que quiero habitar cada día.

Es como si hubiera logrado “jaquear” a la mente —con cariño, con firmeza— para que deje de entorpecer. Ya no entra y sale de mi realidad a demanda de otros o sin ser llamada.

Ahora tiene presencia, pero dentro de un nuevo orden. Mi mente se ha reorganizado, se ha atemperado, y por fin se ha equilibrado con el resto del cuerpo que me sostiene.


Cada parte de mí es un órgano vital. No solo en lo físico, sino también en lo simbólico: cada célula, cada gesto, cada sensación complementa la experiencia de estar viva.

La mente también es parte de ese todo. Pero ya no me gobierna.

Ha tomado el lugar que le corresponde: un lugar de servicio, no de control.

Ahora es una aliada que participa de forma consciente y en equidad con el sentir de cada parte de mi cuerpo.


Estoy aprendiendo a prestar atención. A las señales que me advierten, me informan, me susurran lo que está por emerger. Y así, de forma cada vez más natural, dejo que el movimiento se organice desde dentro.

Desde el cuerpo que sabe. Desde el alma que guía.


ree

Saltar hacia lo inevitable


Este cambio de movimiento no es sencillo. Pero sí es profundamente liberador.

Es como empezar a prestar atención a lo inevitable, en lugar de seguir frenando lo que sientes… solo por miedo al cambio, o por no saber qué habrá detrás.

Y cuando eso ocurre, cuando dejas de resistir y confías, entonces... saltas.


Recuerdo con nitidez aquella experiencia en las tirolinas de Costa Rica.

Con la mente, jamás habría imaginado que viviría algo así. Pero fue el cuerpo el que me habló. Sentí una alegría inmensa solo de planificarlo. Y esa alegría corporal —auténtica, vibrante— me llevó a saltar sin pensar. A saltar confiando. Confiando en que esa experiencia era la que la vida tenía preparada para mí.


Mi cuerpo la recibió con risas, con gratitud, con una sensación de inclusión y de convergencia con la naturaleza que me envolvía, me sostenía, me recogía. Fue un canto. Una reverencia a lo inevitable. Un dejarse caer desde la certeza de que todo es como debe ser… para mi mayor bien.


ree

¿Qué es más difícil para ti: fracasar o no haberte dado nunca la oportunidad?


No hay nadie ahí fuera que quiera hundirte. Solo estás tú. Y frente a ti: tus miedos. Pero enfrentarlos no es una amenaza, sino la llave de la liberación.

Hace años leí una frase de Neale Donald Walsch que hoy vibra con fuerza dentro de mí:


"Dile aventuras a tus miedos y verás cómo la energía se transformará."


Y así lo estoy viviendo. Cuando el miedo emerge —porque sí, aún lo hace a veces—, elijo transformarlo en aventura. No desde la mente que calcula, sino desde el cuerpo que actúa. Porque aunque mi cabeza siga haciendo de las suyas, mi cuerpo sigue en movimiento.


Entonces me pregunto:¿Qué hay realmente detrás de ese miedo?


En mi caso, es el miedo a fracasar mientras ya estoy en acción. Ese miedo me ha congelado muchas veces. Me ha inmovilizado. Me ha dejado mirando la vida desde fuera.


Pero algo ha cambiado.

Como dice mi amiga @Eva Soto: “Estoy a un fracaso más cerca del éxito.”


Cuando somos niños, aprendemos a través del juego, del error, del intento. Pero a medida que crecemos y nos llenamos de creencias externas, ese proceso natural —ese ensayo y error que forma parte de la sabiduría de la vida— se convierte en un juicio, y en muchos casos, en un freno.


Hoy estoy volviendo ahí. A ese lugar donde la acción no se mide por el resultado, sino por la verdad que nace al atreverme.

Confía en lo que tu cuerpo ya sabe. Y salta.




Vilassar de mar, 7 de Junio de 2025

Comentarios


bottom of page